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viernes, 16 de abril de 2010

La casa de los Cristales



Mamá caminaba despacio con su pata de palo, siempre fue así desde que la conocí, siempre sonreía brevemente antes de decir cualquier cosa, ese día Mamá habló poco.

Todo estaba tranquilo en la casa, desde la sala estaba observando a Marie que leía un libro anaranjado, parecía que estaba muerta, de esos muertos que se quedan absortos con los ojos abiertos, con la frente fría y las manos flojas. No recuerdo bien de que era el libro, alguna vez me lo contó, quizá fue de cocina pues a Marie le gustaba leer recetas, tenia una sazón nefasta y decía que cuando creciera iba a ser como Mamá que preparaba la comida más exquisita del universo, sus platillos siempre lucían bien, siempre olían bien, siempre sabían bien.

Mamá sonreía cuando iba a hablar y cuando iba a cocinar, aunque permaneciera callada todo el proceso, su especialidad eran las enchiladas, el Pato gustaba enormemente de ellas, siempre que las comía se quedaba quieto y pensativo, yo de pequeña pensaba que era por que las enchiladas poseían una especie de pócima que ponía a Pato triste, pero un día me dijo que lo que lo ponía así era la felicidad. Que cuando comía las enchiladas de Mamá sentía tanta felicidad que no cabía en una sonrisa ni en una carcajada, que bastaba con quedarse quietesito y cabizbajo para sentir como una a una las células se llenaban de la sustancia de la felicidad que poseían las enchiladas.

Ese día que todo estaba tranquilo y que Marie leía el libro anaranjado mientras yo la observaba Pato se había ido a buscar empleo, iba a ser su primer empleo, eran tiempo difíciles. Muy pocas veces a la semana Mamá podía cocinar sus maravillosas enchiladas y en cambio preparaba brócolis hervidos con una pizca de polvos de sazón. Pato dijo que trabajaría de mesero aunque siempre había querido ser piloto de la fuerza aérea, salió a la calle vestido de caqui con botas y su corte de pelo al ras, no parecía un mesero, quizá si le daban el empleo le darían también las ropas necesarias para no ahuyentar a los clientes.

La mañana transcurrió rapidísimo cuando dejé de ver a Marie leyendo su libro ya era de noche y la luna se metía por las ventanas. Pato tardó un poco más en llegar.

Antes de que mamá calentara el chocolate con leche para la merienda iba caminando despacio con su pata de palo hacia su habitación, yo la observaba por que Marie ya no leía, la vi cruzar el pasillo y pasar frente al baño hasta que llegó a un mueblesito dorado que tenía frente a su cama helada. Lo abrió y con su cuerpo tapó lo que sacó por que suponía que yo la estaba viendo, yo gustaba mucho ver a través de las paredes de la casa y Mamá lo sabía bien.

Era algo pequeño lo que Mamá había sacado por que cabía bien en sus manos, quizá un frasquito con el secreto de sus sabores o un veneno para dárselo a Pato si no encontraba trabajo.

Despacio, como siempre, Mamá llegó a la cocina, no podía despegar mis ojos de su pasiva figura de mujer viva, estaba en lo correcto, lo que llevaba era un frasquito, lo puso a un lado de la estufa y comenzó a sacar utensilios e ingredientes, era maravilloso tenía en la mesita transparente de la cocina una pieza de pollo tan grande que más bien parecía de vaca, tenía unos tomates jugosos y de un verde tan intenso que su brillo se reflejaba por todas las paredes y teñía la estancia de un verde fantasmal.





Sonriendo cocinó sus maravillosas enchiladas, yo me preguntaba por qué las haría ya de noche y no para la comida como acostumbraba, Mamá no gustaba de salir de la costumbre. A las enchiladas agregó el frasquito y esperamos calladamente mientras Pato llegaba para comer, más bien para cenar.

Pato llegó a casa, yo lo vi venir desde que venía por el jardín de los Ventura su cabeza estaba roja nos contó que se le puso así de tanto pensar, que iba a ir a su entrevista de mesero pero que al pasar por ahí vio un letrero en el que solicitaban a un piloto del ejercito, como él lucía como uno fue a hacer el examen solicitado. No lo pasó, así que ya no fue mesero ni piloto del ejército.

Mamá sonrió nuevamente y sólo dijo comencemos a comer. Marie estaba fascinada con la idea de cenar comida comida y no simplemente chocolate con leche, intuíamos que celebrábamos algo, que Mamá nos estaba tratando de decir algo, no eran tiempos sencillos.

Comimos calladamente y flotando en los asientos como cada vez que lo hacíamos juntos, después Marie lavó los platos, Pato limpió la mesa Mamá se sentó un momento en la silla sillón, y yo ayudaba a secar los trastes mientras los observaba a todos.

Mamá se quedó dormida como aquellos que se mueren mientras descansan, cuando Marie me pasó para secar el frasquito que Mamá había echado a las enchiladas pude leer “antídoto anti-infelicidad, tómese cuando las cosas no estén sencillas”.




Ana Lilia Rodríguez Olvera.
material resguardado bajo derechos de autor y publicado con licencia de la autora.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que es un blog que cae en la retórica de siempre y no propone nada. Disculpa, pero leerte es una pérdida de tiempo.