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miércoles, 26 de octubre de 2011

Carta I


Y estabas ahí, frente a mi calma de mundo, tus ojos que recorrían mis sueños, tus ojos espejismos de una infancia no vivida, tus ojos con el gesto más dulce que le he visto a las rosas y tus manos severas y desesperadas buscando llegar al útero, regresar al útero, pero no el original sino el mío. Despertaste y se te trabó el mundo nuevamente y te sentiste rendido y atado de brazos y de pensamientos.

No lo soportas, lo sé, porque te veo, no soportas el ruido acelerado y sin sentido de la gente, no soportas las alas rotas ni los callados ecos de la opresión. No soportas los ríos lúgubres de las cosas, el enorme hormigueo en que vivimos, y sin embargo sigues aquí, a mi lado o dentro de mí, esperando que yo deje de soportar para partir juntos.

Un día partiremos juntos, nos perderemos en los caminos, nos cobijaremos de la luna, nos llenaremos de mar, un día que puede ser hoy o en cien años, tu sabes cómo bromea el tiempo; iremos al nirvana, caminaremos, danzaremos, buscarás una y otra vez regresar al útero, el mío, donde nada ni nadie intentará ser de plástico, donde nada ni nadie acometerá contra tus ojos tiernos, contra tus manos seguras, contra mi vientre, contra tus pasos cortos y eternos, contra mis ríos, contra nosotros.

Y a veces me sometes por creer que pienso en otras bocas. Cómo podría pensar en otra boca, si la tuya es vida, pueblo, mar, sustento. Cómo pensar en otro cuerpo, si el tuyo es hogar, paz, cielo, viento. Cómo en otras miradas si la tuya es origen, explosión, fuego. Cómo en otra vida, si tu eres la mía.

Cuando tus miradas, tan vírgenes como el fuego hirviendo, se cruzaron en mi camino, que no tenía trazo, me desplomé, sólo entonces me conocí y me curé, ¿de qué?, no lo sé a bien, me curé del mundo, de las convenciones, de las rebeldías sin causa, de la soledad, de mi misma. Y a veces me preguntas si te cambiaría, si pudiera yo estar con otro: cuando te conocí a ti conocí a todos los hombres del mundo y todos se murieron, a todos los maté, de todos me curé.

Renacer en un viejo mundo y sentirme contigo nuevamente con las alas abiertas al cenit. Tú y yo no cumplimos un año o diez meses, no tenemos que cumplir. Cumplen los que pagan una condena, los que deben un pago. Tú y yo compartimos, nos fusionamos, tú y yo no somos tú y yo, somos un ave en espera de su partida, somos una montaña que no atina a saber porqué creció en medio de la nada o porqué crecieron en ella ciudades y la destruyeron, somos uno o una, somos… no sé que somos, pero nunca somos tu y yo, porque nos somos dos seres disociados. Nacimos de distintos úteros y crecimos en distintos mundos, pero partimos de la misma esencia. Me convenzo de ello día a día, minuto a minuto, porque cuando no estas a mi lado mordiendo mi brazo o jugando con mi pecho o respirando o mirando o sonriendo, cuando no estás conmigo mi ser está incompleto, mis enfados crecen, mis ojos se secan, mis manos se hacen de hielo, y mis piernas de plomo. Cuando no estás conmigo muero.



Ana Lilia Rodríguez Olvera.material resguardado bajo derechos de autor y publicado con licencia de la autora.

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